El ajo negro es una gran tendencia gastronómica hoy en día. Ello se debe, no solo a su particular color o sabor, sino a los beneficios que aporta a la salud. El ajo negro ayuda a prevenir los efectos del envejecimiento celular por lo que previene las enfermedades crónicas y degenerativas.
Como el ajo común, del que se obtiene, el ajo negro tiene sus propiedades (pero concentradas), una acción antioxidante que previene el envejecimiento prematuro gracias a su alto contenido de vitamina C. Entre los múltiples beneficios del ajo negro, está su capacidad para regular el estado de ánimo y la mejora del sistema nervioso. Adicionalmente, ayuda a fortalecer las defensas, estimula el sistema inmunológico, previene enfermedades cardiovasculares, regula los niveles de los triglicéridos, del colesterol y del azúcar en la sangre. Es un antiinflamatorio natural.
Se originó en Japón, casi de manera casual. El ajo negro tiene una textura suave. El ajo negro se obtiene a partir del ajo blanco a través de un proceso de fermentación natural, durante el cual se potencian las propiedades nutricionales del ajo blanco.
La forma de efectuar el proceso de fermentación es introducir las cabezas de ajo blanco crudo en cámaras de deshidratación, salándolas previamente con agua salada para favorecer la fermentación. En dicha cámara, se mantienen a temperatura constante (alrededor de 60ºC) durante unos 30 días. Al sacarlas de la cámara, los ajos se habrán caramelizado y adquirido el color negro que los caracteriza. Opcionalmente, pueden dejarse fermentar fuera de cámara hasta unos 30 días más, dependiendo de la textura y sabor que estemos buscando.
El proceso descrito en forma de pasos es el siguiente:
En la siguiente publicación os contaré como he hecho mi propia cámara de ajo negro...
Como añoro la figura del aprenent (el aprendiz)...
Yo lo fui, allá por los lejanos años de 1977-1979. Junto con un buen amigo y futuro socio (Jordi), durante esos años trabajamos ambos en una tienda de electrónica de una pequeña calle de Barcelona en el distrito de Camp de l'arpa. Estábamos estudiando ingeniería de telecomunicación, pero aún estábamos en los primeros cursos, por lo que la parte práctica de la electrónica aún nos quedaba lejos.
Allí aprendimos a reparar todo tipo de televisor (en aquella época los que se reparaban funcionaban todavía con lámparas de vacío y eran, por supuesto del tipo de pantalla de rayos catódicos). También aprendimos a reparar todo tipo de equipos de audio y, sobre todo, lo que más recuerdo con placer era cuando nos daban la oportunidad de reparar todo tipo de teclados electrónicos, de la marca ELKA, con sus modernos (para la época) circuitos integrados y unos fantásticos manuales de servicio, llenos de información y que había que interpretar correctamente para ser capaz de dejar los equipos en perfectas condiciones. Leer esquemas era todo un reto, que superamos con mucho esfuerzo.
¿Cobrar? pues no, la verdad... en aquellos tiempos, tener la oportunidad de entrar en un lugar así, y aprender todo lo que se pudiera, ya era un buen pago. Y la verdad es que sí cobrabamos... el tiempo que nos dedicaban para enseñarnos no era despreciable.
No me arrepiento en absoluto de aquella etapa, más bien al contrario: estoy sumamente agradecido.
Más tarde, antes de finalizar la carrera ya tuve la oportunidad de entrar como Director Técnico en una empresa que diseñaba transformadores de MAT y otros productos bobinados debido a la experiencia adquirida. Y de ahí a un cargo de Director Técnico en una empresa de pesaje industrial y balanzas, para acabar siendo, primero Director de Desarrollo y posteriormente Director de Tecnología de mi propia empresa de Instrumentación en Telecomunicaciones y después de la empresa multinacional británica que nos absorbió en el 2000.
Es por eso que hoy observo con tristeza el panorama de los jóvenes en prácticas, que se preocupan más de lo que cobrarán que de lo que aprenderán... que dicen que dedicar un par de horas al día es duro mientras están estudiando.
Después ves la preparación de los nuevos ingenieros que llegan salidos de la facultad y te preguntas si alguno de ellos ha visto o ha tocado en la realidad algún circuito real.
Que pena. Repito: como añoro la figura del aprenent (el aprendiz)...
Hoy quiero traeros esta receta de un magnífico caldo cuyas propiedades curativas y nutritivas son excepcionales.
Soy de los que piensa que es conveniente cenar ligero, pero con algo nutritivo, a partir de una cierta edad, por muchas razones.
La primera, porque según transcurren los años, el metabolismo cambia y es conveniente no irse a la cama tras una cena copiosa, más si el estilo actual de vida nos lleva más a relajarnos y a no movernos por la noche. Si además el tiempo transcurrido entre la cena y la hora de acostarse no es suficiente, la digestión puede hacerse pesada.
Y la segunda, porque un caldo tan sencillo pero tan exquisito nos puede proporcionar todo lo que necesitamos desde un punto de vista nutritivo como por sus propiedades. Cebolla y ajo por sus propiedades antibacterianas, la cúrcuma por sus propiedades antiinflamatorias, el jenjibre por su capacidad de prevención de infecciones, y todo ello por su alto contenido de enzimas y vitaminas. Si además, lo tomamos como crema y no como caldo, el aporte de fibra nos irá genial.
Te dejo la receta (tanto del caldo como de la crema) en este enlace. ¡Bon appétit!